SOBRE LA MEMORIA HISTÓRICA
L. Fernando de la Sota
---
Doce del medio día del 26 de Julio de 1936. Cae un sol de justicia en un pueblecito de Extremadura lindando con Andalucía. A la plaza llega un coche del que se bajan varios milicianos del Frente Popular. Les esperan otros dos vecinos del pueblo. Dos hermanos llamados «los taberneros», por regentar una de las tabernas más conocidas.
Tras un breve conciliábulo en voz baja, se dirigen a la Iglesia y a los pocos minutos sacan a empellones al cura. Lo meten en el coche y hacen la siguiente parada en una de las casas del final de pueblo. Sacan a otro hombre, el dueño de unas viñas en las que trabajan también varios vecinos. Es conocido por ser un hombre de costumbres religiosas y haber votado a las derechas. De nada sirven los gritos desgarradores de su mujer y sus hijos pequeños implorando que no se lo lleven.
Atados por los pies con una cuerda, que enganchan al guardabarros trasero del coche, los arrastran por las calles del pueblo. Ya destrozados, pero vivos, al final les prenden con gasolina y dejan sobre sus restos calcinados un letrero: ¡Por fascistas!
Meses más tarde, entran en el pueblo las tropas nacionales. Al poco de llegar, familiares y vecinos, denuncian los hechos y tras detener en un sótano donde se habían escondido, a los dos hermanos autores del asesinato, se celebra un juicio sumarísimo y son fusilados a las afueras del pueblo.
Han pasado setenta y dos años. Han pasado otros curas por la Iglesia. Las familias han rehecho su vida. Las viudas, con esfuerzo, han sacado adelante a sus hijos. En un caso trabajando las viñas de sol a sol. En el otro despachando vino en la taberna. Nadie les ha regalado nada. Ni a la una ni a las otras. La única diferencia es que, en una lápida de mármol al costado de la Iglesia, aparece el nombre del cura y el del asesinado. Muertos por Dios y por España. Mención honorífica, pero que no daba para acallar tanta boca pequeña.
El pueblo ha crecido. Las familias no se saludan cuando se cruzan. Los hijos y los nietos, conocen aquel horror, aquella tragedia de la que fueron protagonistas sus padres o abuelos, de oídas, posiblemente suavizada y en cualquier caso difuminada por los años.
Tal vez incluso haya habido un acto de perdón. Y todo aquello es, en todo caso, motivo de comentario de vez en cuando y en voz baja, entre los viejos del pueblo.
Y de pronto, cuando el tiempo iba mitigando las aristas más duras del recuerdo, una conversación con una de las nietas de los «taberneros», corre de boca en boca. por el pueblo, reabren las viejas heridas difíciles de cicatrizar, y causan el natural estupor indignación.
–¿Dónde vas tan contenta?
–Voy a preparar y presentar los papeles, porque nos van a dar trescientos cincuenta mil euros, por cada uno de mis abuelos.
–¡Pero eso es una fortuna! ¿Y por qué?
–Pues porque resulta que dice el Gobierno que mi padre y mi tío fueron unos represaliados por el franquismo. Que murieron fusilados por defender la libertad y la democracia en España, y que eso hay que premiarlo…
(Enviado por Paco desde Madrid)
No hay comentarios:
Publicar un comentario