Andaríamos mejor si no fuera
porque hemos construido demasiados muros
y no suficientes puentes.
Dominique Georges Pire
Todo comenzó en una reunión de amigos hace dos fines de semana.
Repentinamente al escucharlos sentí que el continente se había dado vuelta; me sentí en Arizona o en el más republicano de los estados que integran la Unión Americana.
Escuchaba los mismos conceptos que los gringos vierten sobre los migrantes mexicanos, los centroamericanos o los orientales… los escuchaba hablar sobre lo vagos que son, el peligro que representan y lo injusto que llega a ser que con sus impuestos se les otorgue a los extranjeros atención social, vivienda, salud o educación, aún siendo indocumentados… me recorrió un escalofrío y ahí comenzó el debate partiendo de un eje: “los inmigrantes se están apoderando de todo en la ciudad; de barrios, de mercados, de parques y plazas y están excluyéndonos a nosotros, que somos los dueños”.
Nuestros buenos amigos –argentinos ambos- se refieren, por supuesto, a los migrantes bolivianos, peruanos, coreanos, chinos y paraguayos, principalmente a quienes la pobreza y casi nulas oportunidades los ha desplazado a este país sudamericano y que aquí se asegura son sucios, vagos y atenidos…
Una semana después de aquel encuentro, me enteraba –porque aquí se difundió, condena de por medio, la trágica masacre de migrantes en San Fernando, Tamaulipas- las condiciones en que supuestamente habrían ocurrido los hechos, los presuntos responsables del ataque y los motivos –a los que la televisión de acá ornamentó con especulaciones propias- pero al mismo tiempo, los medios informativos argentinos daban cuenta del problema social que representan los miles de inmigrantes de países aledaños.
También, aunque cada vez menos, los medios de comunicación abordan el impacto de la Ley Arizona, la persecución contra latinos indocumentados, principalmente mexicanos y, los más conocedores –o sensibles- añaden algún esporádico comentario- hablan acerca de la creciente criminalización del fenómeno migratorio.
¿Y por casa, cómo andamos?
Personalmente, para hacer honor a la verdad, en un año nunca me sentí excluida, cuestionada y mucho menos discriminada. El documento de Identidad (DNI) que avala mi residencia permanente en este país fue otorgado en casi el mismo tiempo y forma que se le puede entregar a un ciudadano francés, canadiense o británico que solicite y justifique querer vivir y trabajar de forma permanente en la Argentina.
No obstante me parece alarmantemente xenófoba la actitud de cada vez más comunicadores y “buenas conciencias” que desde la pluma o el micrófono de la radio azuzan a la sociedad contra los “bolitas” (bolivianos); los “paraguas” (paraguayos) o los peruanos, o ahora los sudafricanos de piel oscura… parecería que la portación de rostro, el color de la piel y la situación socioeconómica es ahora motivo de sospecha para el nuevo orden que unos cuantos –a través del poder mediático- intentan imponer criminalizando el fenómeno migratorio y por ende, la pobreza.
Esto viene a cuento porque, en aquella reunión con la pareja de amigos, ambos me mostraban que el barrio de Liniers –de clase trabajadora, y comercial por excelencia- hoy es el emporio de la comunidad boliviana que no admite trabajadores argentinos en sus negocios, que impide la entrada de todo aquel que no sea boliviano en sus “bailantas” (salones de baile tropical), y hasta los que impiden el paso del peatón común por las calles consideradas como su territorio y entonces, la reflexión se centró en “no discriminamos, que venga, viva la hermandad latinoamericana… ¡pero que no nos discriminen a nosotros, que somos los que les pagamos la atención de salud o la escuela de sus hijos, que ya son argentinos!... ¿quién discrimina más?”
Hasta el pasado 10 de agosto, la Dirección Nacional de Migraciones, que depende del Ministerio del Interior había entregado 130 mil Documentos de Identidad para extranjeros, garantizando con ello la legal estancia en Argentina y las prestaciones laborales que no se le otorgan al indocumentado.
En los más recientes días escucho con atención a los amigos, conocidos y gente cercana que proyecta su temor ante la explosión de villas-miseria –la llamada Villa 31 es el mejor ejemplo para ilustrar el caso- copadas por inmigrantes extranjeros pobres que no sólo invaden terrenos, sino que exigen la construcción de la vivienda; y ahí están los allegados y conocidos, manifestándose contra el apoyo que estas comunidades reciben del gobierno nacional y también del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No están de acuerdo, no lo avalan… Y créanme que en esencia tampoco puedo apoyar esta exigencia, pero el problema no es de los migrantes, sino de las autoridades.
Sin embargo hay quienes van más allá.
Para muchos nadie que venga de afuera debería acceder a los mismos beneficios que los ciudadanos argentinos, que en su gran mayoría son descendientes de inmigrantes europeos o uruguayos que en las primeras décadas del siglo pasado vinieron a “hacerse la América”.
Pero no pretendo caer en la trampa de la discusión estéril, porque hacerlo no suma a la propuesta.
A México, a partir de la crisis de 2001 en Argentina (y antes, en los años setentas, en plena dictadura) migraron cientos de ciudadanos argentinos en un justificadísimo exilio económico y podíamos entonces encontrar ingenieros o abogadas trabajando en el rubro gastronómico, en empacadoras de carne, algunos en educación –los menos- y varios periodistas también. De acuerdo con el Censo General de Población que efectuó el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), hasta el año 2000 residían legalmente en México 6 mil 500 ciudadanos argentinos y, de acuerdo con el anexo estadístico del Censo realizado en 2004, el incremento del flujo migratorio se ubicó en 1.3% de la cifra anterior. Según datos extraoficiales, en México hoy residen unos 10 mil argentinos que se desempeñan principalmente en la apertura de establecimientos, como restaurantes, bares, tiendas de ropa, consultoras de modelaje, casas de cambio interbancario y sex shops, con las facilidades que el gobierno mexicano pone a su disposición para la instalación de empresas.
En Miami, Florida, radica por otra parte la comunidad argentina más importante en los Estados Unidos y el sitio www.radiomiami.com nos dice que: “¿MIAMI? No se sabe muy bien cuántos son, pero son muchos miles. Quedaron colgados entre la gran emigración de la crisis de 2001 y la imposibilidad de volver a la Argentina. "Allí ya no tenemos lugar", dicen. Con los años aprendieron a vivir a la sombra en Estados Unidos, el país que, en teoría, lo ofrece todo.
Hay un sistema no escrito. Saben por dónde pueden ir y por dónde no, casi como una isla dentro del país. Saben cómo moverse, cómo buscar trabajo, cómo prosperar. También cómo, aun en la sombra, enviar todos los meses ayuda a los familiares que están en la Argentina.”
Hay datos incluso publicados por el Diario La Nación, que indican que existen cálculos en cuanto a que, de no endurecerse las Leyes migratorias de La Florida, para fines del presente 2010, en Miami podrían llegar a contarse unos 200 mil ciudadanos argentinos de los que al menos el 40% serían ilegales.
Por otra parte, para nadie es un secreto que de la población latina de los Estados Unidos, el mayor número corresponde a mexicanos que, por cuestión histórica y geográfica, emigran en busca del sueño americano que hoy es más pesadilla… a este sueño se suman ciudadanos brasileños, venezolanos, colombianos, centroamericanos y en menor número pero también muchos ecuatorianos…
¿En qué radica el “pecado” de la migración?
¿Será en ese sentimiento de “traición” que despierta en los que se quedan?
¿O en la amenaza que significan los recién llegados a su destino?
En México, miles de activistas por los derechos humanos, intelectuales, empresarios, políticos, académicos e intelectuales en general se sumaron no sólo a la protesta, sino al boicot contra la Ley SB 1070, la “Ley Arizona”, y dejaron de ir de “Shopping” y algunos de juerga a suelo norteamericano. Otros más, dejaron de adquirir los cientos de chucherías inservibles que llegan a precio de un dólar a tierra azteca; fueron los mismos que –con justa razón- se indignaron por la masacre de migrantes centro y sudamericanos en Tamaulipas, la irresponsabilidad y actitud insensible del gobierno federal y todo lo que devino del ataque perpetrado presuntamente por Los Zetas.
Son los menos, pero todavía hay quienes en México atacan al extranjero y amenazan –si el susodicho resulta más productivo, inteligente o profesional que ellos- con el petate del muerto… ese escudito al que todos apelan y que prevé la Constitución General de la República… el artículo 33. Un “Coco” que sólo puede ejercer el propio Presidente de la República, pero que en ciertas circunstancias es utilizado para espantar al prójimo.
En general los extranjeros que residen en México suelen hacerlo tranquilos. Siempre y cuando legalicen su situación migratoria, son contratados en las mismas condiciones legales y laborales que cualquier mexicano; tienen acceso a las “bondades” del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y a menos que cometan algún delito, gozan de los mismos derechos y las mismas obligaciones (menos votar) que cualquier mexicano. Raramente son molestados mientras cumplan con la carga fiscal y en tanto no participen de política activa, a menos que hayan obtenido su nacionalización.
No es tan complicado; pese a todo, no falta el xenófobo, como el alcalde de Tultitlán en el Estado de México, que salió con esta declaración: “Marco Antonio Calzada Arroyo, del PRI, se pronunció contra la permanencia en el municipio de la Casa del Migrante San Juan Diego, ubicada en la colonia Lechería, debido a que los indocumentados centroamericanos generan inseguridad y no otorgan ningún beneficio a la localidad.
Agregó que diariamente llegan a Tultitlán entre 100 y 150 migrantes centroamericanos, todos ellos sin dinero, hambrientos y sedientos, por lo que algunos cometen delitos, como robar tanques de gas en domicilios particulares”
Los mismos delitos que cometen los delincuentes mexiquenses a diario. Los mismos delitos de los que se queja la sociedad de ciudades en el norte mexicano que son imputados a los mexiquenses…
Parece que la migración interna y externa en el mundo se empieza a convertir en un crimen. Ahí están los franceses expulsando gitanos a Rumania; los españoles deportando argentinos a su tierra y norteamericanos deportando a todo aquel que no tenga documentos que lo acrediten como nacido en Estados Unidos. Parecería que hoy algunos sectores políticos y mediáticos de la República Argentina pretenden sumarse a esta ola xenófoba mundial.
Migrar es a veces indispensable.
No siempre es una cuestión de buscar una mejor calidad de vida, en muchas ocasiones es la vida misma lo que se busca preservar, pero eso sólo puede entenderlo quien haya salido de su patria, quien por trabajo o por apremio haya tenido que buscar un segundo terruño para desarrollar una tarea profesional o para no ser perseguido.
Si hoy los bolivianos, paraguayos, peruanos, coreanos o de donde sea representan una amenaza para los argentinos –igual que los guatemaltecos, hondureños, salvadoreños o nicaragüenses lo son para muchos mexicanos- no es un problema de estas colectividades; es un problema entre gobiernos.
Es un asunto de inequitativa distribución de la riqueza y de poca capacidad para generar oportunidades para todos.
Personalmente no me siento discriminada, insisto, pero el hecho de atestiguar diariamente cómo se va criminalizando la migración a mi alrededor, me hace reflexionar un poco…
¿Y si un día todos fuéramos migrantes?
¿Y si nuestros respectivos países nos van expulsando despacito?...
http://www.razonesdeser.com/vernota.asp?d=9&m=9&a=2010¬aid=74423