20/08/2010
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LOS TESOROS DE NUESTRA VIDA
¿Cuáles son los tesoros que cada uno guarda en la vida, y dónde los esconde?
Todos tenemos, quién más, quién menos - quién poquito, quién muchísimo – alguna riqueza. Tal vez a la vista, quizá escondida, incluso puede ser hasta ignorada.
A todos, mucho o poco, algo nos falta.
Esa carencia nos hace más o menos pobres, pero pobres al fin.
Añorar lo que nos falta nos pone en posición de espera. Hay quienes esperan cosas básicas de vida, en cambio otros, teniendo casi todo, pretenden todavía alcanzar más, inclusive lo inalcanzable también para ellos.
Eso obliga a la generalidad a necesitar siempre de la esperanza.
Pero no es lo mismo tener la ilusión de comer, que tener la fantasía de poseer.
No forzosamente debemos hablar de cosas materiales.
Es allí donde las posibilidades se equiparan en algo.
Aunque cuando se es indigente, es muy difícil alcanzar una vida digna de aspirar los beneficios de lo inmaterial.
Cuando se es miserable en la opulencia, es imposible alcanzar la riqueza espiritual también, porque le es insensible a su entendimiento lo impalpable.
Quién tiene más o quién menos es tal vez una cuestión de cómo vivir la vida.
Todos somos partes de la sociedad, precisándonos mutuamente para el desarrollo integral de la misma y conseguir así, y sólo así, el bienestar general de la comunidad.
¿Qué es ser rico y qué es ser pobre?
Ser rico es aquel al que le sobra de algo, y pobre aquel al que le falta de alguna cosa.
Está el próspero en dinero, en amigos, en reconocimiento, en intelecto, en cultura, en educación, en amor al prójimo…como lo está el indigente en éstas mismas cosas u otras.
El mayor tesoro es evidentemente la felicidad.
Es difícil ser feliz con hambre, sin techo…sin esperanza.
Debería ser inadmisible ser feliz sabiendo que existe gente con hambre, sin techo y sin esperanza.
Nuestro país es un territorio lleno de riquezas, suficientes como para que alcance a todos y que nadie se quede sin techo, con hambre y sin esperanza.
Para ello hay un Estado, en el que se turna su gobierno, los dirigentes políticos.
Es su función y debería ser su anhelo, resolver estructuralmente los problemas de la pobreza. Pero no se trata de ocuparse, sino de terminar con ella.
Cuando el Estado, cambia su condición y se tiñe de un color, o adquiere un nombre y apellido, y utilizando los dineros de todos, decide regalarle el pan de cada día a los hambrientos y para muy pocos el techo, no resuelve el problema de fondo, porque en definitiva anula la esperanza. No esperan de su propia vida los necesitados sino de la de aquel que los tiene cautivos, tiranizados en la indigencia.
No hay esperanza sin libertad, sin independencia. Los beneficios del Estado deben ser optativos, no irrenunciables.
Si los funcionarios de ese Estado declaran orgullosos, haberse enriquecido en el tiempo de su función a niveles escandalosos, mientras explotan en las ciudades las villas de emergencia, y en el campo, y en los montes…tirados en la tierra, hay ciudadanos que sobreviven a la indecencia y a la corrupción, de la forma más miserable, con hambre, sin salud, sin educación, sin justicia, no habrá así jamás para la población: ni paz ni futuro.
¿Qué expectativa tienen aquellos que pasan frío tirados en las calles o enfermedades, abandonados en las provincias? ¿Qué fantasía tienen?
¿Soñarán de noche con un mundo mejor? ¿Creerán que tienen todavía un tesoro en sus vidas enterrado?
Los más hipócritas y sinvergüenzas, les han hecho creer, que la felicidad está en la dependencia, en el libertinaje, en las drogas…en comer poco, avasallar los derechos ajenos y alucinar un mundo irreal. Con ello los eximen de obligaciones y sin ellas no existe la esperanza. Sin compromiso cívico, les quitan el derecho a ser ciudadanos, el derecho a soñar…a cambio, ¡sírvanse!
Pero esos que, a pesar de tener todo, o demasiado, y sin embargo aún añoran más, y para satisfacer su codicia se muestran simpáticos al poder, hasta rastreros ante un Estado ocupado por corruptos con tal de alcanzar más, sin pensar, sin analizar, que su desmedida ambición, priva a los que menos, poco o nada tienen, de esperar a la felicidad, son verdaderos judas de la patria; conspiradores del sistema republicano.
Hay pobres apátridas por expulsión, ricos traidores por conveniencia.
Y no me refiero a los pobres que trabajan (o aspiran a hacerlo) y a pesar de ello no les alcanza para la tranquilidad, sino a aquellos que ya no quieren trabajar, sin conseguir con las dádivas siquiera espacio para la ilusión, porque han pagado con la libertad, y es eso lo que los empuja fuera de su cuna, del Estado.
Y no me refiero a los ricos que trabajan y que dan trabajo; que ponen en juego su riqueza, o parte de ella, tal vez para llegar a más. Porque en ese juego de lograr, distribuyen riqueza, generan trabajo, emancipación y fe.
Puntualizo sobre aquellos que se sientan al banquete y no comen, porque están hartos, sin dejar comer a los famélicos. Aquellos quienes en las seis caras de la perinola, tienen: toma todo. Estoy hablando de los que han hecho fortuna con las carencias de la indigencia. Aquellos en cuyo patrimonio figura el bienestar robado a la escasez.
Pero a no desesperar, porque no es cierto que estemos condenados a lo miserable.
Busquemos en nuestro cofre la libertad, la soberanía individual. De lo contrario el festejo bicentenario de la independencia colectiva no sirve de nada.
Encontremos nuestras virtudes y exijamos por las mismas, pero siempre teniendo en cuenta que son ellas las que nos comprometen con nuestras obligaciones cívicas.
Tanto los derechos como los deberes son las riquezas de los ciudadanos, el tesoro de la Nación.
Eduardo Juan Salleras