Dentro de su estrategia colonialista, las potencias europeas intentaban doblegar a la Confederación, segregando parte de su territorio en el norte y la Mesopotamia, logrando a consecuencia la libre navegación de los ríos interiores e imponer su comercio en la región. Al igual que en China, Argelia, Méjico y otras regiones, empleaban la agresión, el bloqueo, la flota armada, el cañón, la "política del marinero herido", la defensa de "los derechos de sus súbditos",la intriga y la complicidad de ciudadanos locales y usando como “auxiliares” a unitarios exiliados en Chile, Montevideo y Bolivia.
El vaticinio de San Martín
Pero Rosas no era un hueso fácil de roer. Había unido fuertemente a todas las provincias en defensa de la agresión, y sabía que la Confederación era imbatible; las potencias marítimas podían dominar las aguas de la Confederación, pero no podrían poner pie en tierra por mucho tiempo, tal como les sucediera durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y como lo vaticinara desde Europa en 1845 el gran estratega, Libertador San Martín, con respecto a al agresión anglo-francesa. El 29 de diciembre de ese año, San Martín le dirige una carta a Federico Dickson:
Sr. D. Federico Dickson, cónsul general de la Confederación
Nápoles, 28 de diciembre de 1845.
Señor de todo mi aprecio:
Por conducto del caballero Yackson se me ha hecho saber los deseos de usted relativos á conocer mi opinión sobre la actual intervención de la Inglaterra y Francia en la República Argentina; no sólo me presto gustoso a satisfacerlo, sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad; sintiendo sólo el que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con la extensión que requiere este interesante asunto.
No creo oportuno entrar á investigar la justicia ó injusticia de la citada intervención, como tampoco los perjuicios que de ella resultarán á los súbditos de ambas naciones con la paralización de las relaciones comerciales, igualmente que de la alarma y desconfianza que naturalmente habrá producido en los Estados sudamericanos la ingerencia de dos naciones europeas en sus contiendas interiores, y sólo me ceñiré á demostrar si las dos naciones intervinientes conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos Riberas del Río de la Plata. Según mi íntima convicción, desde ya diré á usted no lo conseguirán; por el contrario, la marcha seguida hasta el día no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido los males que se tratan de evitar y sin que haya previsión humana capaz de fijar un término á su pacificación: me explicaré:
Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la actual contienda: por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya demostrado) que el bloqueo que se ha declarado, no tiene en las nuevas repúblicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma influencia que lo sería en Europa: él sólo afectará un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades en estos países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra; yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido que no podrán sostenerse por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días á distancias de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una fuerza europea, la que correrá tantos más peligros á proporción que ésta sea más numerosa, si trata de internarse.
Sostener una guerra en América con tropas europeas, no sólo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero.
En conclusión: con 8.000 hombres de caballería, del país y 25 o 30 piezas de artillería, fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre á Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga á 30 leguas de la capital, sin exponerse á una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará, á menos (como es de esperar) que el nuevo ministerio inglés no cambie la política seguida por el precedente.
José de San Martín
Esta correspondencia de San Martín fue ampliamente difundida en Europa, donde el Libertador tenía un gran respeto, causando un gran revuelo y aplacando algunas opiniones partidarias de la guerra; las potencias europeas dominaban parcialmente las aguas, pero se sentían impotentes de actuar en tierra para torcerle el brazo a la Confederación.
La avanzada edad del Libertador Gral. San Martín, su alejamiento de la Patria y su quebrantada salud, no le permitirían al “viejo soldado de la Independencia” intervenir con la espada en la presente contienda contra la agresión anglo-francesa, pero desde Europa lo haría con su pensamiento y su pluma, como el mejor.
(Ver también: San Martín y la agresión anglo-francesa )
Las bases Hood
Para dar por terminado el conflicto, el Comisionado Confidencial, Mr. Hood, había propuesto unas “bases”, y aprobado las modificaciones propuestas por Rosas. Básicamente contemplaba los plenos derechos soberanos de la Confederación sobre las aguas del Paraná, y del Uruguay y la Confederación sobre las aguas del Uruguay, sujeta a las leyes internas de ambas. Reconocía además a las potencias europeas como “beligerantes” y no como “mediadoras”, obligándolas a devolver las presas de guerra y saludar al pabellón nacional con la salva de 21 cañonazos.
Retirado Mr.Hood, las potencias dieron tratamiento a “las bases Hood” en los parlamentos europeos, y enviaron nuevos negociadores. Dijeron aceptar “las bases”, pero bajo la excusa de darle al texto original un lenguaje más acorde con al “diplomacia”, y de “favorecer al general Rosas”, proponían una un texto totalmente distinto en su forma y su espíritu, que contradecía totalmente las bases Hood, sobre todo en lo referente a los derechos argentinos. Pero Rosas no necesitaba “ser favorecido” por los europeos, y los civilizados europeos no engañarían a “un gaucho de su laya”.
Los comisionados van y vienen desde Europa (Southern, Walski, Gore, Gros, Howden, Southern, Lepredour, etc.), mientras siguen la agresión sin torcerle el brazo a Rosas. Terminarían aceptando las condiciones de Rosas en los términos impuestos a la misión Hood.
La mirada de águila
Un mes antes de que el nuevo comisionado Gore llegara al Plata, San Martín le escribe a Tomás Guido:
“Al leer en los papeles públicos la voluminosa correspondencia de Vd. con ese gobierno (de Río), confieso que no ha sido un pequeño triunfo el que Vd. ha conseguido en mantener la paz con la República. Mucho debe Vd. haber cachumbeado entre el desahogo bélico de ese gobierno y las exigencias muy naturales del nuestro; operación gigantesca y que no dudo como Vd. me dice, lo ha envejecido de 20 años; mas al fin Vd. ve su resultado feliz a sus trabajos, satisfacción bien consolante pues si las hostilidades de los pacificadores, se hubiesen agregado a las de ese Imperio, la partida hubiese sido mucho más desventajosa. Al propósito de pacificadores por este paquete sabrá Vd. la 3° o 4° arremetida que hacen sobre nuestra pobre patria con la remesa de nuevos ministros. El Barón Gros nombrado por este gobierno goza de una excelente opinión, tanto por su carácter conciliante como por su honradez e instrucción; no obstante estas recomendaciones y con perdón del señor don Tomás como diplomático, diré a Vd. que orejeo cada vez que veo dirijirse a nuestras playas estos políticos, a pesar de lo que se dice de los sinceros deseos que estos dos gobiernos tienen de concluir definitivamente la diferencias con nuestro país; de todos modos yo estoy bien tranquilo en cuanto a las exigencias injustas que pueden tener estos dos gabinetes, porque todas ellas se estrellarán contra la firmeza de nuestro don Juan Manuel; por el contrario, mis temores en el día son el que esta firmeza se lleve más allá de lo razonable... En fin Dios dé al general Rosas el acierto de conciliar la paz, y al mismo tiempo que el honor de nuestra tierra.” (Mario César Gras, San Martín y Rosas. Una amistad histórica. Buenos Aires, 1948 p.52.)
El Libertador, con su mirada de águila, era quien veía las cosas en su mejor perspectiva. Los representantes diplomáticos de las potencias son meros voceros de la política de sus jefes. Tan poca importancia tienen sus inclinaciones en pro o en contra del gobierno cerca del cual son acreditados, que Gore, considerado por los montevideanos como amigo, fue acusado de hacer el juego de Rosas; y Gros, tan bien presentado por San Martín, se mantuvo intransigente con la Argentina. Cada uno respondió a las directivas de sus gobiernos. (Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas. t.VI.p.128)
Las instrucciones en que éstas se fijaron fueron redactadas en diciembre de 1847. En vez de intentar una negociación con Rosas, los comisionados debían arreglarse con Oribe y el gobierno de Montevideo. Rosas sería considerado como auxiliar. La plaza sitiada debía ser entregada a Oribe y sus tropas uruguayas, bajo promesa de seguridad personal para todos y general indemnización de la propiedad confiscada. El retirt de las tropas argentinas y el desarme de los extranjeros en Montevidell',debían realizaras simultáneamente, con ayuda de los jefes navales europeos. No bien realizadas ambas operaciones, se levantaría le bloqueo francés de Buenos Aires. (Ibídem)
Los europeos no podían admitir que un caudillo sudamericano se saliera con la suya, y desbaratara sus pretensiones colonialistas. Si bien levantaron el bloqueo, los chauvinistas franceses, que consideraban a Montevideo “su colonia”, mientras pretendían doblegar a Rosas por la diplomacia, preparaban una nueva invasión militar al Plata. Rosas, sin abandonar su habitual política conciliatoria, se avenía a discutir ciertos aspectos de forma de las “bases Hood”, pero no estaba dispuesto a ceder un ápice en lo fundamental: el honor y la soberanía de las provincias del Plata.
La firmeza de Rosas
Desde Boulongne, donde se había trasladado San Martín por las revueltas en Francia, felicitaba a Rosas por el levantamiento del bloqueo:
Boulogne sur Mer, 2 de noviembre de 1848
Exmo. Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.
Mi respetado general y amigo:
A pesar de la distancia que me separa de nuestra patria, usted me hará la justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo á mi achacosa vejez.
Así es que he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario, presenta á todos los nuevos Estados Americanos un modelo que seguir. No vaya usted á creer por lo que dejo expuesto, el que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted á sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional. Esta opinión demostrará á usted, mi apreciable general, que al escribirle, lo hago con la franqueza de mi carácter y la que merece el que yo he formado del de usted. Por tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más sinceras enhorabuenas.
Para evitar el que mi familia volviese á presenciar las trágicas escenas que desde la revolución de febrero se han sucedido en París, resolví transportarla á este punto, y esperar en él, no el término de una revolución cuyas consecuencias y duración no hay previsión humana capaz de calcular sus resultados, no sólo en Francia, sino en el resto de la Europa; en su consecuencia, mi resolución es el de ver si el gobierno que va á establecerse según la nueva constitución de este país ofrece algunas garantías de orden para regresar á mi retiro campestre, y en el caso contrario, es decir, el de una guerra civil (que es lo más probable), pasar a Inglaterra, y desde este punto tomar un partido definitivo.
En cuanto á la situación de este viejo continente, es menester no hacerse la menor ilusión: la verdadera contienda que divide su población es puramente social; en una palabra, la del que nada tiene, tratar de despojar al que posee; calcule lo que arroja de sí un tal principio, infiltrado en la gran masa del bajo pueblo, por las predicaciones diarias de los clubs y la lectura de miles de panfletos; si á estas ideas se agrega la miseria espantosa de millones de proletarios, agravada en el día con la paralización de la industria, el retiro de los capitales en vista de un porvenir incierto, la probabilidad de una guerra civil por el choque de las ideas y partidos, y, en conclusión, de una bancarrota nacional visto el déficit de cerca de 400 millones en este año, y otros tantos en el entrante: éste es el verdadero estado de la Francia y casi del resto de la Europa, con la excepción de Inglaterra, Rusia y Suecia, que hasta el día siguen manteniendo su orden interior.
Un millar de agradecimientos, mi apreciable general, por la honrosa memoria que hace usted de este viejo patriota en su mensaje último á la Legislatura de la provincia; mi filosofía no llega al grado de ser indiferente á la aprobación de mi conducta por los hombres de bien.
Esta es la última carta que será escrita de mi mano; atacado después de tres años de cataratas, en el día apenas puedo ver lo que escribo, y lo hago con indecible trabajo; me resta la esperanza de recuperar mi vista en el próximo verano en que pienso hacerme hacer la operación á los ojos. Si los resultados no corresponden á mis esperanzas, aun me resta el cuerpo de reserva, la resignación y los cuidados y esmeros de mi familia.
Que goce usted la mejor salud, que el acierto presida en todo lo que emprenda, son 4os votos de este su apasionado amigo y compatriota.
José de San Martín.
(Su correspondencia. Madrid. 1919.ps.159-161)
Como vemos en esta notable carta, San Martín no oculta su temor a Rosas, en cuanto a que éste tire demasiado de la cuerda en la negociación. La aprobación de San Martín le servia a Rosas de estímulo suficiente para mantenerse firme en su proceder.
El ejemplo y la modestia.
Concluido del arreglo con Southern, Rosas contesta la carta del Libertador:
Buenos Aires, marzo de 1849.
Exmo. Sr. D. José de San Martín.
Mi querido general y amigo:
Tengo sumo placer en contestar su muy estimada carta fecha 2 de noviembre último. Aprecio intensamente las benévolas expresiones en cuanto a mi conducta administrativa sobre el país en la intervención anglo francesa, en los asuntos de esta República. La noble franqueza con que usted me emite sus opiniones da un gran realce a la justicia que usted hace a mis sentimientos y procederes públicos.
Nada he tenido más a pecho en este grave y delicado asunto de la intervención, que salvar el honor y dignidad de las Repúblicas del Plata, y cuanto más fuertes eran los enemigos que se presentaban a combatirlas, mayor ha sido mi decisión y constancia para preservar ilesos aquellos queridos ídolos de todo americano. Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión, y no he hecho más que imitarlo.
Todos mis esfuerzos siempre serán dirigidos a sellar las diferencias existentes con los poderes interventores de un modo tal, que nuestra honra y la independencia de estos países, como de la América toda, queden enteramente salvos e incólumes.
Agradezco sobremanera las apreciables felicitaciones que me dirige por el levantamiento del bloqueo de estos puertos, por las fuerzas de los poderes interventores. Este hecho, que ha tenido lugar por la presencia sola de nuestra decidida constancia y por la abnegación con que todos nos hemos consagrado en la defensa del país tan injustamente agredido, será perpetuamente glorioso. Ha tenido lugar sin que por nuestra parte hayamos cedido un palmo de terreno. Acepto complacido, pues, sus felicitaciones, y al retornárselas con encarecimiento, me es satisfactorio persuadirme que usted se regocijará de un resultado tan altamente honorífico para la República.
Siento que los últimos acontecimientos de que ha sido teatro la Francia hayan turbado su sosiego doméstico y obligándolo a dejar su residencia de Paris por otra más lejana, removiendo allí su apreciable familia, a esperar su desenlace. Es verdad que éste no se presenta muy claro: tal es la magnitud de ellos y tales las pasiones e intereses encontrados que compromete. Difícil es que lo pueda alcanzar la previsión más reflexiva. En una revolución en que, como usted dice muy bien, la contienda que se debate es sólo del que nada tiene contra el que posee bienes de fortuna, donde los clubs, las logias y todo lo que ellas saben crear de pernicioso y malo, tienen todo predominio, no es posible atinar qué resultados traigan, y si la parte sensata y juiciosa triunfará al fin de sus rapaces enemigos y cimentará el orden en medio de tanto elemento de desorden.
Quedo instruido de su determinación de pasar a Inglaterra, si se enciende una guerra civil (muy probable) en Francia, para desde ese punto tomar un partido definitivo, y deseo vivamente que ella le proporcione todo bien, seguridad y tranquilidad personal.
Soy muy sensible a los agradecimientos que usted me dirige en su carta por la memoria que he hecho de usted en el último mensaje a la Legislatura de la Provincia; ¿cómo quiere usted que no lo hiciera, cuando aún viven entre nosotros sus hechos heroicos, y cuando usted no ha cesado de engrandecerlos con sus virtudes cívicas? Este acto de justicia ningún patriota puede negarlo (y mengua fuera hacerlo) al ínclito vencedor de Chacabuco y Maipú. Buenos Aires y su Legislatura misma me harían responsable de tan perjudicial olvido, si lo hubiera tenido. En esta honrosa memoria sólo he llenado un deber que nada tiene usted que agradecerme.
Mucha pena siento al saber que la apreciable carta que contesto, será la última que usted me escribirá, por causa de su desgraciado estado de la vista; ¡ojalá que sus esperanzas de recuperarla por medio de la operación que se propone, tenga por feliz resultado su entero restablecimiento! Fervientemente ruego al Todopoderoso que así sea y que recompense sus virtudes con este don especial. Al menos, mi apreciable general, es consolante para mí saber que, en caso desgraciado, no le faltará resignación. Ella y los cuidados de su digna familia harán más soportables los desagrados de una posición mucho más penosa para cualquier otro que no tenga la fortaleza de espíritu de usted.
Deseándole, pues, un pronto y seguro restablecimiento y todas las felicidades posibles, tengo el mayor gusto, suscribiéndome, como siempre, su apasionado amigo y compatriota.
Juan M. de Rosas.
(Su correspondencia. Madrid. 1919.ps.159-161)
Nótese en la carta, por un lado la admiración y respeto de Rosas hacia San Martín, y por la modestia de sentirse un imitador: “Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión, y no he hecho más que imitarlo”.
Un acto de justicia
En la siguiente misiva, San Martín le agradecía el nombramiento de su yerno para secretario de la legación en París:
Boulogne sur Mer, .29 de noviembre de 1848.
Exmo. Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.
Mi respetado general y amigo:
En principios de este mes tuve la satisfacción de escribir a usted felicitándolo por el levantamiento del injusto bloqueo con que hostilizaban a nuestra patria la Inglaterra y la Francia. Ahora lo verifico con otro motivo puramente personal. En mediados del presente mes comunicaron desde París, mi amigo el señor don Manuel de Sarratea y mi hijo político don Mariano Balcarce, el nombramiento que ha tenido usted la bondad de hacer a este último como oficial de la Legación Argentina en Francia, y que estoy seguro desempeñará con honor. Esta nueva y no prevista prueba de amistad me demuestra cada día más, el empeño de usted de contribuir a hacer más soportables los males de este viejo patriota. Gracias; un millón de gracias, mi apreciable general, por todos sus favores; ahora sólo me resta suplicarle que, en el estado de mi salud quebrantada y privado de la vista, si las circunstancias me obligasen a separarme de este país, visto su estado precario, corno igualmente el del resto de la Europa, permita usted el que dicho mi hijo me acompañe, pues me sería imposible hacerlo sin su auxilio.
Que goce usted de salud completa, como igualmente el resto de su familia, que el acierto presida a todo cuanto emprenda, y que sea usted tan feliz como son los votos de este su reconocido amigo y compatriota.
José de San Martín "
El nombramiento de Mariano Balcarce en la legación de Paris para asistir a San Martín en su delicada situación, era considerada por Rosas “un acto de justicia” hacia quien tanto había hecho por la Patria, y así se lo expresa con sobriedad y respeto en la próxima carta:
Buenos Aires, marzo de 1849.
Exmo. Sr. General D. José de San Martín.
Mi respetable general y amigo:
He tenido el gusto de recibir su apreciable carta fecha 29 de noviembre último. Nada me es tan placentero que recibir un testimonio de aprecio por mis actos públicos, como los que usted se digna dirigirme en ella, refiriéndose a su muy estimable del 2 del mismo, que por separado contesto. Agradecido a sus altas felicitaciones, solo quiero detenerme a ocuparlo aquí del asunto particular que lo motiva.
En el nombramiento que el Gobierno ha hecho en su hijo político para oficial de la Legación Argentina en París, sólo ha sido guiado del íntimo deseo de manifestarle a usted el vivo aprecio que hace de sus inmarcesibles servicios a la patria, y los honorables antecedentes de su digno hijo. Si este acto de justicia ha sido acogido por usted con tanto agradecimiento, para mí no ha sido menor mi satisfacción el haber podido demostrarle el distinguido aprecio que de usted hago, así como de su digna familia. Pero es bien entendido que en la distinción hecha a don Mariano Balcarce, asignándole un puesto en la Legación Argentina en París, no puede comprenderse la idea de separarle un apoyo con que usted cuenta en su bien sensible situación, ni quitarle el auxilio de su persona, que tanto lo requiere su interesante salud. Puede usted estar seguro que si llegase el caso de tener usted que separarse de ese país, don Mariano Balcarce lo acompañará, y desde ahora lo autorizo para que así lo haga, bastando para ello que usted muestre esta carta al señor don Manuel de Sarratea, ministro plenipotenciario en París.
Dejando así llenados sus deseos, sólo me resta expresarle mis vivos deseos por el completo restablecimiento de su importante salud y que se persuada que soy y seré siempre su afectísimo amigo y compatriota.
Juan Manuel de Rosas.
(San Martín. Su correspondencia. ps.153.156 - Ibídem.t.VI.p.238-241)
Convención Lepredour-Arana-Villademoros
En 1849, Rosas y Rosas habían negociado un nuevo convenio, que no variaban en lo fundamental de “las bases Hod”, sujeto a la aprobación del gobierno francés. En el tratamiento que se le dio en el parlamento francés, y fogoneado por los agentes de Montevideo, abundaron los discursos guerreros de los chauvinistas franceses, y pedían una nueva expedición armada en guerra abierta contra la Confederación. Pero los franceses sabían donde le apretaban la botas, y terminaron mandando una supuesta “negociación armada”, con apoyo de la flota y tropas de desembarco, para el caso de que Rosas rechazara. Al frente de la misión estaba el mismo Lepredour, para desilusión de los hombres de Montevideo.
Entretanto San Martín le ha escrito al Sr. Bineau, ministro de Obras Públicas, el 23 de diciembre de 1849:
Mi querido señor:
Cuando tuve el honor de hacer vuestro conocimiento en la casa de Mme. Aguado, estaba muy distante de creer que debía algún día escribiros sobre asuntos políticos; pero la posición que hoy ocupáis, y una carta que el diario La Presse acaba de reproducir el 22 de este mes, carta que habla escrito en 1845 al Sr. Dickson sobre la intervención unida de la Francia y la Inglaterra en los negocios del Plata, y que se publicó sin mi consentimiento en esa época en los diarios ingleses, me obligan a confirmaros su autenticidad, y a aseguraros nuevamente que la opinión que entonces tenía no solamente es la misma aún, sino que las actuales circunstancias en que la Francia se encuentra sola, empeñada en la contienda, viene a darle una nueva consagración.
Estoy persuadido que esta cuestión es más grave que lo que se la supone generalmente; y a los 11 años de guerra por la independencia americana, durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y las provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta, y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés y a la intrepidez de sus soldados; mas antes de emprender los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen.
No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos, y una vez comprometida en esta lucha, la Francia tendrá a honor el no retrogradar, y no hay poder humano capaz de calcular su duración.
Os he manifestado francamente una opinión en cuya imparcialidad debéis tanto más creer cuanto que establecido y propietario en Francia 20 años ha, y contando acabar ahí mis días, las simpatías de mi corazón se hallan divididas entre mi país natal y la Francia, mi segunda patria.
Os escribo desde mi cama en que me hallo rendido por crueles padecimientos que me impiden tratar con toda la atención que habría querido un asunto tan serio y tan grave.
Tengo el honor, señor, con la más profunda consideración.
Vuestro muy obsecuente servidor.
José de San Martín
(Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación. t.III.ps.237.238)
Esta carta, leída en reunión de gabinete francés, seguramente apaciguó lo ánimos belicosos de los ministros.
Rosas no eludía la negociación diplomática, pero no estaba dispuesto a negociar bajo amenaza, y cuando la misión llega al Plata, Lepredor justifica las tropas para “desarmar a los extranjeros de Montevideo”.
El nuevo arreglo en nada diferiría con lo estipulado en 1849, y las bases Hood: la soberanía argentina sobre el Paraná, la argentino-uruguaya sobre el Uruguay, la retirada de las tropas argentinas auxiliares de oribe después del desarme de lso extranjeros de Montevideo, el tratamiento a Oribe de presiente legal y al de Montevideo autoridad de hecho. Nada había cambiado en lo esencial.
Al conocer la convención, Herrera y Obes le escribe a Lamas: “El almirante debe venir al Cerrito a tratar con Cribelo lo relativo al Estado Oriental. Si Ud. recuerda lo que pasó, cuando protesté el 9 de abril, verá con toda claridad lo que eso importa. Rosas no ha querido reconocernos su no como autoridad de hecho y con ello se ha conformado el almirante, pues que por nada ha querido entenderse con nosotros”.
El 6 de julio, el mismo Herrera y Obes le escribe a Poucel: “El contralmirante aún continúa en Buenos Aires, a pesar que el 18 del pasado firmó con Rosas una convención ad-referendum fuera, completamente, de las instrucciones escritas que se le dieron. Según parece, cuando venga, pasará al Cerrito a hacer con D.Manuel Oribe otro tratado semejante al que celebró en mayo del 49 y así tendremos mutatis mutandi los mismo que la vez pasada”….”El contralmirante no es ni loco ni estúpido y sus honorables antecedentes autorizan menos las suposiciones infamantes; es imposible, pues, dejar de creer que en lo que está haciendo, no hace más que obedecer las ordenes de su gobierno...” (Herrera y Obes. Correspondencia,t.III.ps.31.32 – Carta del 26 de junio de 1850)
Herrera y Obes piensa seguir la resistencia, a la espera del milagro, y el 25 de julio informa de nuevo a Lamas:
"Ante noche llegó el almirante con D. Antonino Reyes, titulado encargado de negocios del Estado Oriental cerca del gobierno de Buenos Aires. Este pasó inmediatamente para el Cerrito, adonde debe ir pasado mañana el Sr. Lepredour. El objeto de esta ida, es, según el almirante, arreglar con D. Manuel Oribe lo relativo a la evacuación del territorio por las tropas argentinas. Nos lo ha dicho ayer en una visita muy larga y muy ceremoniosa que nos ha hecho. Las tropas desembarcarán dentro de muy breves dias, pues nos ha pedido la venia sin perjuicio de hacer la petición por escrito y del modo que el gobierno se lo ha exigido. Estas no tomarán su posición de beligerantes hasta no obtener la resolución del gobierno francés sobre el arreglo con Rosas; pero servirán para dar apoyo al gobierno, siempre que sea necesario, para mantener el orden y proteger a esta población. Repito a Vd. las mismas palabras del almirante".
En cuanto a la negociación, lo único que nos dice nuestro corresponsal, es, que lo convenido con Rosas, lejos de ser mejor es peor que lo pactado en la anterior negociación que es una burla completa de la Francia; que la evacuación del territorio está pactada para cuando el tratado sea ratificado, pero debiendo quedar en el país igual número de tropas argentinas al de las fuerzas francesas que haya desembarcado y marinos a bordo de los buques de guerra; que a los 3 meses de ratificado el tratado, las tropas desembarcadas se volverán a embarcar y se irán para Francia, y entonces evacuarán el territorio las tropas argentinas que hayan quedado en él. Esta estipulación está basada en que siendo la República Argentina garante de la independencia de este país, y hallándose ella amenazada por la presencia de la tropa francesa, él no puede hacer abandono de ese derecho y de ese deber. Siendo esto cierto, como no lo dudo, es una buena lección dada al Brasil y que en boca de Rosas tiene más significado que en la de ningún otro. En lo relativo a la presidencia, Rosas no ha querido pactar nada, diciendo que eso era atribución del gobierno oriental, del mismo modo que lo referente a la devolución de propiedades, amnistía, etc., etc. El convencionar sobre esos puntos es el objeto de la ida del almirante al Cerrito. En la convención, nosotros somos calificados de autoridad de hecho y D. Manuel Oribe de presidente legal.
Yo lo único que puedo decir a Vd. es que atacado el almirante, en la conversación de ayer, sobre ese punto, y viéndose sumamente estrechado, me dijo: "Pero señor ministro, ¿es o no es un hecho que el general Oribe está en posesión de todo el país, menos de esta ciudad? Si lo es, como no puede negarse, lo es igualmente que él es la autoridad que lo representa; porque es la única que tiene el poder y los medios de hacer cumplir los pactos de la nación; y en tal caso, que la Francia, que no puede ni debe mezclarse en las cuestiones internas del país, que no debe ver sino los hechos, debe entenderse con D. Manuel Oribe, y tratar y convencionar con él, considerándole como debe considerarle, para que haya consecuencias en sus actos y que lo que se pacte no lleve en sí mismo un vicio insanable de, nulidad". ¡Calcule Vd. por esto lo que el hombre habrá hecho! ... Después que haya concluido con Oribe el almirante volverá a Buenos Aires, a dar la última mano al negociado” (Ob.cit. t.III ps.65.67)
El 31 de agosto y el 13 de septiembre se estamparon al pie de las respectivas convenciones, las firmas de Lepredour, Arana y Villademoros.
El último adiós de San Martín
Fue en tales circunstancias que a Rosas la ultima carta que San Martin le escribió antes de morir. Está datada el 6 de mayo de 1850, cuando Rosas acababa de arreglar el acuerdo con Lepredour.
Boulogne, 6 de mayo de 1850.
Exmo. Sr. Gobernador y capitán general D. Juan Manuel de Rosas
Mi respetado general y amigo:
No es mi ánimo quitar á usted con una larga carta, el precioso tiempo que emplea en beneficio de nuestra patria.
El objeto de ésta es el de tributar a usted mis más sinceros agradecimientos al ver la constancia con que se empeña en honrar la memoria de este viejo amigo, como lo acaba de verificar en su importante mensaje de 27 de diciembre pasado; mensaje que por segunda vez me he hecho leer, y que como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos, efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado.
Por tantos bienes realizados, yo felicito á usted muy sinceramente, como igualmente á toda la Confederación Argentina.
Que goce usted de salud completa, y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre en favor dé usted su apasionado amigo y compatriota.
José de San Martín.
(San Martín.Su correspondencia. Ed.América. Madrid, 1919, p.166)
El debido homenaje
La respuesta de Rosas a San Martín está fechada la antevíspera de la muerte del Libertador:
Buenos Aires, agosto 15 de 1850.
Señor general D. José de San Martín.
Mi querido amigo y respetado general:
Aunque mis ocupaciones son de un tamaño tal que están en suma desproporción con el tiempo que puedo darles, no obstante, por largas que fuesen las cartas de usted, cuanto más la del 6 de mayo próximo pasado, me daría siempre descanso y estímulo para rehacer mis fuerzas en esta lucha de negocios siempre crecientes.
Si en el último mensaje, como en otros anteriores, he hecho el debido homenaje a la memoria de usted, ha sido, entre otras consideraciones, porque me ha cabido la suerte de consolidar la independencia que usted conquistó, y he podido apreciar sus afanes por los míos.
Puesto que una multitud de objetos colocados en un cuadro, pueden sólo ser abarcados desde la distancia, ya se habrá usted apercibido con más calma que yo, del torrente de dificultades que debo atravesar para poner la patria en salvo y colocarla en el camino limpio que debe seguir.
Mi último mensaje puede haber parecido minucioso, pero a mi ver, el edificio social se ha desplomado en Europa porque sus hombres de Estado, elevados siempre en las altas regiones de la política, no descienden a cuidar tantos pequeños elementos que, abandonados en la oscuridad, carcomen la base del poder más sólido. Usted sabe cuánta influencia ejercen las más pequeñas causas en las grandes empresas.
No era, pues, de extrañar, ni justo, que recordando los méritos que han contraído los gobernadores de las provincias y otros muchos individuos subalternos nombrados en el mensaje, el nombre ilustre de usted no figurase en primera línea, cuando su voto imponente acerca del resultado de la intervención ha sido pesado en los consejos de los injustos interventores.
Sólo me resta devolver a usted, a nombre de la Confederación Argentina y mío, las felicitaciones que nos dirige, deseando que el viejo soldado de la independencia pueda vivir largos años en salud, para que veamos nuestra querida patria independiente, tranquila, libre y feliz.
Estos son igualmente los deseos constantes de este su sincero amigo y compatriota.
Juan M. de Rosas."
(San Martín.Su correspondencia. Ed.América. Madrid, 1919, p.167.168)
Fuentes:
- Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas
- Obras citadas.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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Buenos Aires, marzo de 1849.
Exmo. Sr. D. José de San Martín.
Mi querido general y amigo:
Tengo sumo placer en contestar su muy estimada carta fecha 2 de noviembre último. Aprecio intensamente las benévolas expresiones en cuanto a mi conducta administrativa sobre el país en la intervención anglo francesa, en los asuntos de esta República. La noble franqueza con que usted me emite sus opiniones da un gran realce a la justicia que usted hace a mis sentimientos y procederes públicos.
Nada he tenido más a pecho en este grave y delicado asunto de la intervención, que salvar el honor y dignidad de las Repúblicas del Plata, y cuanto más fuertes eran los enemigos que se presentaban a combatirlas, mayor ha sido mi decisión y constancia para preservar ilesos aquellos queridos ídolos de todo americano. Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión, y no he hecho más que imitarlo.
Todos mis esfuerzos siempre serán dirigidos a sellar las diferencias existentes con los poderes interventores de un modo tal, que nuestra honra y la independencia de estos países, como de la América toda, queden enteramente salvos e incólumes.
Agradezco sobremanera las apreciables felicitaciones que me dirige por el levantamiento del bloqueo de estos puertos, por las fuerzas de los poderes interventores. Este hecho, que ha tenido lugar por la presencia sola de nuestra decidida constancia y por la abnegación con que todos nos hemos consagrado en la defensa del país tan injustamente agredido, será perpetuamente glorioso. Ha tenido lugar sin que por nuestra parte hayamos cedido un palmo de terreno. Acepto complacido, pues, sus felicitaciones, y al retornárselas con encarecimiento, me es satisfactorio persuadirme que usted se regocijará de un resultado tan altamente honorífico para la República.
Siento que los últimos acontecimientos de que ha sido teatro la Francia hayan turbado su sosiego doméstico y obligándolo a dejar su residencia de Paris por otra más lejana, removiendo allí su apreciable familia, a esperar su desenlace. Es verdad que éste no se presenta muy claro: tal es la magnitud de ellos y tales las pasiones e intereses encontrados que compromete. Difícil es que lo pueda alcanzar la previsión más reflexiva. En una revolución en que, como usted dice muy bien, la contienda que se debate es sólo del que nada tiene contra el que posee bienes de fortuna, donde los clubs, las logias y todo lo que ellas saben crear de pernicioso y malo, tienen todo predominio, no es posible atinar qué resultados traigan, y si la parte sensata y juiciosa triunfará al fin de sus rapaces enemigos y cimentará el orden en medio de tanto elemento de desorden.
Quedo instruido de su determinación de pasar a Inglaterra, si se enciende una guerra civil (muy probable) en Francia, para desde ese punto tomar un partido definitivo, y deseo vivamente que ella le proporcione todo bien, seguridad y tranquilidad personal.
Soy muy sensible a los agradecimientos que usted me dirige en su carta por la memoria que he hecho de usted en el último mensaje a la Legislatura de la Provincia; ¿cómo quiere usted que no lo hiciera, cuando aún viven entre nosotros sus hechos heroicos, y cuando usted no ha cesado de engrandecerlos con sus virtudes cívicas? Este acto de justicia ningún patriota puede negarlo (y mengua fuera hacerlo) al ínclito vencedor de Chacabuco y Maipú. Buenos Aires y su Legislatura misma me harían responsable de tan perjudicial olvido, si lo hubiera tenido. En esta honrosa memoria sólo he llenado un deber que nada tiene usted que agradecerme.
Mucha pena siento al saber que la apreciable carta que contesto, será la última que usted me escribirá, por causa de su desgraciado estado de la vista; ¡ojalá que sus esperanzas de recuperarla por medio de la operación que se propone, tenga por feliz resultado su entero restablecimiento! Fervientemente ruego al Todopoderoso que así sea y que recompense sus virtudes con este don especial. Al menos, mi apreciable general, es consolante para mí saber que, en caso desgraciado, no le faltará resignación. Ella y los cuidados de su digna familia harán más soportables los desagrados de una posición mucho más penosa para cualquier otro que no tenga la fortaleza de espíritu de usted.
Deseándole, pues, un pronto y seguro restablecimiento y todas las felicidades posibles, tengo el mayor gusto, suscribiéndome, como siempre, su apasionado amigo y compatriota.
Juan M. de Rosas.
(Su correspondencia. Madrid. 1919.ps.159-161)
Nótese en la carta, por un lado la admiración y respeto de Rosas hacia San Martín, y por la modestia de sentirse un imitador: “Usted nos ha dejado el ejemplo de lo que vale esa decisión, y no he hecho más que imitarlo”.
Un acto de justicia
En la siguiente misiva, San Martín le agradecía el nombramiento de su yerno para secretario de la legación en París:
Boulogne sur Mer, .29 de noviembre de 1848.
Exmo. Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.
Mi respetado general y amigo:
En principios de este mes tuve la satisfacción de escribir a usted felicitándolo por el levantamiento del injusto bloqueo con que hostilizaban a nuestra patria la Inglaterra y la Francia. Ahora lo verifico con otro motivo puramente personal. En mediados del presente mes comunicaron desde París, mi amigo el señor don Manuel de Sarratea y mi hijo político don Mariano Balcarce, el nombramiento que ha tenido usted la bondad de hacer a este último como oficial de la Legación Argentina en Francia, y que estoy seguro desempeñará con honor. Esta nueva y no prevista prueba de amistad me demuestra cada día más, el empeño de usted de contribuir a hacer más soportables los males de este viejo patriota. Gracias; un millón de gracias, mi apreciable general, por todos sus favores; ahora sólo me resta suplicarle que, en el estado de mi salud quebrantada y privado de la vista, si las circunstancias me obligasen a separarme de este país, visto su estado precario, corno igualmente el del resto de la Europa, permita usted el que dicho mi hijo me acompañe, pues me sería imposible hacerlo sin su auxilio.
Que goce usted de salud completa, como igualmente el resto de su familia, que el acierto presida a todo cuanto emprenda, y que sea usted tan feliz como son los votos de este su reconocido amigo y compatriota.
José de San Martín "
El nombramiento de Mariano Balcarce en la legación de Paris para asistir a San Martín en su delicada situación, era considerada por Rosas “un acto de justicia” hacia quien tanto había hecho por la Patria, y así se lo expresa con sobriedad y respeto en la próxima carta:
Buenos Aires, marzo de 1849.
Exmo. Sr. General D. José de San Martín.
Mi respetable general y amigo:
He tenido el gusto de recibir su apreciable carta fecha 29 de noviembre último. Nada me es tan placentero que recibir un testimonio de aprecio por mis actos públicos, como los que usted se digna dirigirme en ella, refiriéndose a su muy estimable del 2 del mismo, que por separado contesto. Agradecido a sus altas felicitaciones, solo quiero detenerme a ocuparlo aquí del asunto particular que lo motiva.
En el nombramiento que el Gobierno ha hecho en su hijo político para oficial de la Legación Argentina en París, sólo ha sido guiado del íntimo deseo de manifestarle a usted el vivo aprecio que hace de sus inmarcesibles servicios a la patria, y los honorables antecedentes de su digno hijo. Si este acto de justicia ha sido acogido por usted con tanto agradecimiento, para mí no ha sido menor mi satisfacción el haber podido demostrarle el distinguido aprecio que de usted hago, así como de su digna familia. Pero es bien entendido que en la distinción hecha a don Mariano Balcarce, asignándole un puesto en la Legación Argentina en París, no puede comprenderse la idea de separarle un apoyo con que usted cuenta en su bien sensible situación, ni quitarle el auxilio de su persona, que tanto lo requiere su interesante salud. Puede usted estar seguro que si llegase el caso de tener usted que separarse de ese país, don Mariano Balcarce lo acompañará, y desde ahora lo autorizo para que así lo haga, bastando para ello que usted muestre esta carta al señor don Manuel de Sarratea, ministro plenipotenciario en París.
Dejando así llenados sus deseos, sólo me resta expresarle mis vivos deseos por el completo restablecimiento de su importante salud y que se persuada que soy y seré siempre su afectísimo amigo y compatriota.
Juan Manuel de Rosas.
(San Martín. Su correspondencia. ps.153.156 - Ibídem.t.VI.p.238-241)
Convención Lepredour-Arana-Villademoros
En 1849, Rosas y Rosas habían negociado un nuevo convenio, que no variaban en lo fundamental de “las bases Hod”, sujeto a la aprobación del gobierno francés. En el tratamiento que se le dio en el parlamento francés, y fogoneado por los agentes de Montevideo, abundaron los discursos guerreros de los chauvinistas franceses, y pedían una nueva expedición armada en guerra abierta contra la Confederación. Pero los franceses sabían donde le apretaban la botas, y terminaron mandando una supuesta “negociación armada”, con apoyo de la flota y tropas de desembarco, para el caso de que Rosas rechazara. Al frente de la misión estaba el mismo Lepredour, para desilusión de los hombres de Montevideo.
Entretanto San Martín le ha escrito al Sr. Bineau, ministro de Obras Públicas, el 23 de diciembre de 1849:
Mi querido señor:
Cuando tuve el honor de hacer vuestro conocimiento en la casa de Mme. Aguado, estaba muy distante de creer que debía algún día escribiros sobre asuntos políticos; pero la posición que hoy ocupáis, y una carta que el diario La Presse acaba de reproducir el 22 de este mes, carta que habla escrito en 1845 al Sr. Dickson sobre la intervención unida de la Francia y la Inglaterra en los negocios del Plata, y que se publicó sin mi consentimiento en esa época en los diarios ingleses, me obligan a confirmaros su autenticidad, y a aseguraros nuevamente que la opinión que entonces tenía no solamente es la misma aún, sino que las actuales circunstancias en que la Francia se encuentra sola, empeñada en la contienda, viene a darle una nueva consagración.
Estoy persuadido que esta cuestión es más grave que lo que se la supone generalmente; y a los 11 años de guerra por la independencia americana, durante los que he comandado en jefe los ejércitos de Chile, del Perú y las provincias de la Confederación Argentina me han colocado en situación de poder apreciar las dificultades enormes que ella presenta, y que son debidas a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a su inmensa distancia de la Francia. Nada es imposible al poder francés y a la intrepidez de sus soldados; mas antes de emprender los hombres políticos pesan las ventajas que deben compensar los sacrificios que hacen.
No lo dudéis, os lo repito: las dificultades y los gastos serán inmensos, y una vez comprometida en esta lucha, la Francia tendrá a honor el no retrogradar, y no hay poder humano capaz de calcular su duración.
Os he manifestado francamente una opinión en cuya imparcialidad debéis tanto más creer cuanto que establecido y propietario en Francia 20 años ha, y contando acabar ahí mis días, las simpatías de mi corazón se hallan divididas entre mi país natal y la Francia, mi segunda patria.
Os escribo desde mi cama en que me hallo rendido por crueles padecimientos que me impiden tratar con toda la atención que habría querido un asunto tan serio y tan grave.
Tengo el honor, señor, con la más profunda consideración.
Vuestro muy obsecuente servidor.
José de San Martín
(Saldías, Adolfo. Historia de la Confederación. t.III.ps.237.238)
Esta carta, leída en reunión de gabinete francés, seguramente apaciguó lo ánimos belicosos de los ministros.
Rosas no eludía la negociación diplomática, pero no estaba dispuesto a negociar bajo amenaza, y cuando la misión llega al Plata, Lepredor justifica las tropas para “desarmar a los extranjeros de Montevideo”.
El nuevo arreglo en nada diferiría con lo estipulado en 1849, y las bases Hood: la soberanía argentina sobre el Paraná, la argentino-uruguaya sobre el Uruguay, la retirada de las tropas argentinas auxiliares de oribe después del desarme de lso extranjeros de Montevideo, el tratamiento a Oribe de presiente legal y al de Montevideo autoridad de hecho. Nada había cambiado en lo esencial.
Al conocer la convención, Herrera y Obes le escribe a Lamas: “El almirante debe venir al Cerrito a tratar con Cribelo lo relativo al Estado Oriental. Si Ud. recuerda lo que pasó, cuando protesté el 9 de abril, verá con toda claridad lo que eso importa. Rosas no ha querido reconocernos su no como autoridad de hecho y con ello se ha conformado el almirante, pues que por nada ha querido entenderse con nosotros”.
El 6 de julio, el mismo Herrera y Obes le escribe a Poucel: “El contralmirante aún continúa en Buenos Aires, a pesar que el 18 del pasado firmó con Rosas una convención ad-referendum fuera, completamente, de las instrucciones escritas que se le dieron. Según parece, cuando venga, pasará al Cerrito a hacer con D.Manuel Oribe otro tratado semejante al que celebró en mayo del 49 y así tendremos mutatis mutandi los mismo que la vez pasada”….”El contralmirante no es ni loco ni estúpido y sus honorables antecedentes autorizan menos las suposiciones infamantes; es imposible, pues, dejar de creer que en lo que está haciendo, no hace más que obedecer las ordenes de su gobierno...” (Herrera y Obes. Correspondencia,t.III.ps.31.32 – Carta del 26 de junio de 1850)
Herrera y Obes piensa seguir la resistencia, a la espera del milagro, y el 25 de julio informa de nuevo a Lamas:
"Ante noche llegó el almirante con D. Antonino Reyes, titulado encargado de negocios del Estado Oriental cerca del gobierno de Buenos Aires. Este pasó inmediatamente para el Cerrito, adonde debe ir pasado mañana el Sr. Lepredour. El objeto de esta ida, es, según el almirante, arreglar con D. Manuel Oribe lo relativo a la evacuación del territorio por las tropas argentinas. Nos lo ha dicho ayer en una visita muy larga y muy ceremoniosa que nos ha hecho. Las tropas desembarcarán dentro de muy breves dias, pues nos ha pedido la venia sin perjuicio de hacer la petición por escrito y del modo que el gobierno se lo ha exigido. Estas no tomarán su posición de beligerantes hasta no obtener la resolución del gobierno francés sobre el arreglo con Rosas; pero servirán para dar apoyo al gobierno, siempre que sea necesario, para mantener el orden y proteger a esta población. Repito a Vd. las mismas palabras del almirante".
En cuanto a la negociación, lo único que nos dice nuestro corresponsal, es, que lo convenido con Rosas, lejos de ser mejor es peor que lo pactado en la anterior negociación que es una burla completa de la Francia; que la evacuación del territorio está pactada para cuando el tratado sea ratificado, pero debiendo quedar en el país igual número de tropas argentinas al de las fuerzas francesas que haya desembarcado y marinos a bordo de los buques de guerra; que a los 3 meses de ratificado el tratado, las tropas desembarcadas se volverán a embarcar y se irán para Francia, y entonces evacuarán el territorio las tropas argentinas que hayan quedado en él. Esta estipulación está basada en que siendo la República Argentina garante de la independencia de este país, y hallándose ella amenazada por la presencia de la tropa francesa, él no puede hacer abandono de ese derecho y de ese deber. Siendo esto cierto, como no lo dudo, es una buena lección dada al Brasil y que en boca de Rosas tiene más significado que en la de ningún otro. En lo relativo a la presidencia, Rosas no ha querido pactar nada, diciendo que eso era atribución del gobierno oriental, del mismo modo que lo referente a la devolución de propiedades, amnistía, etc., etc. El convencionar sobre esos puntos es el objeto de la ida del almirante al Cerrito. En la convención, nosotros somos calificados de autoridad de hecho y D. Manuel Oribe de presidente legal.
Yo lo único que puedo decir a Vd. es que atacado el almirante, en la conversación de ayer, sobre ese punto, y viéndose sumamente estrechado, me dijo: "Pero señor ministro, ¿es o no es un hecho que el general Oribe está en posesión de todo el país, menos de esta ciudad? Si lo es, como no puede negarse, lo es igualmente que él es la autoridad que lo representa; porque es la única que tiene el poder y los medios de hacer cumplir los pactos de la nación; y en tal caso, que la Francia, que no puede ni debe mezclarse en las cuestiones internas del país, que no debe ver sino los hechos, debe entenderse con D. Manuel Oribe, y tratar y convencionar con él, considerándole como debe considerarle, para que haya consecuencias en sus actos y que lo que se pacte no lleve en sí mismo un vicio insanable de, nulidad". ¡Calcule Vd. por esto lo que el hombre habrá hecho! ... Después que haya concluido con Oribe el almirante volverá a Buenos Aires, a dar la última mano al negociado” (Ob.cit. t.III ps.65.67)
El 31 de agosto y el 13 de septiembre se estamparon al pie de las respectivas convenciones, las firmas de Lepredour, Arana y Villademoros.
El último adiós de San Martín
Fue en tales circunstancias que a Rosas la ultima carta que San Martin le escribió antes de morir. Está datada el 6 de mayo de 1850, cuando Rosas acababa de arreglar el acuerdo con Lepredour.
Boulogne, 6 de mayo de 1850.
Exmo. Sr. Gobernador y capitán general D. Juan Manuel de Rosas
Mi respetado general y amigo:
No es mi ánimo quitar á usted con una larga carta, el precioso tiempo que emplea en beneficio de nuestra patria.
El objeto de ésta es el de tributar a usted mis más sinceros agradecimientos al ver la constancia con que se empeña en honrar la memoria de este viejo amigo, como lo acaba de verificar en su importante mensaje de 27 de diciembre pasado; mensaje que por segunda vez me he hecho leer, y que como argentino me llena de un verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos, efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado.
Por tantos bienes realizados, yo felicito á usted muy sinceramente, como igualmente á toda la Confederación Argentina.
Que goce usted de salud completa, y que al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre en favor dé usted su apasionado amigo y compatriota.
José de San Martín.
(San Martín.Su correspondencia. Ed.América. Madrid, 1919, p.166)
El debido homenaje
La respuesta de Rosas a San Martín está fechada la antevíspera de la muerte del Libertador:
Buenos Aires, agosto 15 de 1850.
Señor general D. José de San Martín.
Mi querido amigo y respetado general:
Aunque mis ocupaciones son de un tamaño tal que están en suma desproporción con el tiempo que puedo darles, no obstante, por largas que fuesen las cartas de usted, cuanto más la del 6 de mayo próximo pasado, me daría siempre descanso y estímulo para rehacer mis fuerzas en esta lucha de negocios siempre crecientes.
Si en el último mensaje, como en otros anteriores, he hecho el debido homenaje a la memoria de usted, ha sido, entre otras consideraciones, porque me ha cabido la suerte de consolidar la independencia que usted conquistó, y he podido apreciar sus afanes por los míos.
Puesto que una multitud de objetos colocados en un cuadro, pueden sólo ser abarcados desde la distancia, ya se habrá usted apercibido con más calma que yo, del torrente de dificultades que debo atravesar para poner la patria en salvo y colocarla en el camino limpio que debe seguir.
Mi último mensaje puede haber parecido minucioso, pero a mi ver, el edificio social se ha desplomado en Europa porque sus hombres de Estado, elevados siempre en las altas regiones de la política, no descienden a cuidar tantos pequeños elementos que, abandonados en la oscuridad, carcomen la base del poder más sólido. Usted sabe cuánta influencia ejercen las más pequeñas causas en las grandes empresas.
No era, pues, de extrañar, ni justo, que recordando los méritos que han contraído los gobernadores de las provincias y otros muchos individuos subalternos nombrados en el mensaje, el nombre ilustre de usted no figurase en primera línea, cuando su voto imponente acerca del resultado de la intervención ha sido pesado en los consejos de los injustos interventores.
Sólo me resta devolver a usted, a nombre de la Confederación Argentina y mío, las felicitaciones que nos dirige, deseando que el viejo soldado de la independencia pueda vivir largos años en salud, para que veamos nuestra querida patria independiente, tranquila, libre y feliz.
Estos son igualmente los deseos constantes de este su sincero amigo y compatriota.
Juan M. de Rosas."
(San Martín.Su correspondencia. Ed.América. Madrid, 1919, p.167.168)
Fuentes:
- Irazusta, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas
- Obras citadas.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar
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