HUGO CÉSAR RENÉS
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A modo de introducción resulta legítimo afirmar que son innumerables los problemas de orden político, estratégico-militar y de adiestramiento que la conducción de las F.F.A.A. debe enfrentar en tiempo de paz. Esa es la paradoja del soldado moderno.
Por ello resulta importante analizar con qué espíritu el Poder Ejecutivo Nacional ha fijado desde 1853 a la fecha (si las fijó) las bases y los alcances de la organización del brazo armado nacional como así también si las mismas fueron hechas pensando firmemente en el mediano y largo plazo, para que puedan mantener su validez por encima de las necesarias innovaciones que deban introducirse en su orgánica (para evitar disoluciones y/o traslados de unidades de una provincia a otra para volverlas, después de un tiempo, a la primera, actividad esta que genera y generará, tanto un gasto innecesario al erario público, como inestabilidad en la familia militar y civil).
Las reestructuraciones y “reducciones” sistemáticas que tuvieron lugar en las FFAA tras el advenimiento de la democracia en 1983 hasta la fecha, estuvieron signadas por un trasfondo innegable de tensiones y de desconfianza mutua que subsiguieron a las grandes convulsiones históricas -que aún hoy subsisten- entre las organizaciones militares y los representantes del orden político, originadas estas, entre otras razones, en el desconocimiento de las diferencias más que evidentes que existen entre las bases en que se asienta un poder armado, de uno político, a saber:
1. La democracia se construye de abajo hacia arriba; él poder militar se erige exactamente al revés, de arriba hacia abajo, apoyándose en el mando y la obediencia.
2. La democracia es esencialmente autodeterminación y responsabilidad propia; la ley militar es obediencia dentro de una unidad que se rige por ordenes.
3. La conducción política es división del poder y equilibrio a través del control mutuo; la conducción militar es concentración del poder y subordinación.
Con el advenimiento de la democracia, las FFAA fueron configuradas e introducidas dentro de ese orden democrático preexistente, garantizando la primacía de la política sobre el sector militar, situación esta que conlleva –se ejerza o no- la dirección política y el control parlamentario. En ese marco se debió adaptar el alto mando militar para testimoniar su lealtad al gobierno legitimado por el voto popular.
El ministro de Defensa o ministro de guerra o como quiera que se lo llame, desde siempre, ha tenido la responsabilidad primaria ante el Presidente de la Nación (Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas) de coordinar las políticas de defensa del Gobierno Nacional; representó y representa, tanto en el marco nacional como en el internacional, las exigencias de seguridad y de estrategia militar siendo, obviamente, el responsable de las cuestiones de intervención, organización y formación para el reclutamiento y el mantenimiento del personal y material, como también del orden interno de las FFAA. Dicho de otra forma, el mando militar no puede desempeñar su poder a través de sus propios comandantes, sino por una orden del Ministro de Defensa o como resultado de los derechos que fueron delegados por él (la responsabilidad jamás se delega). De allí el gran peso político que debe poseer –desde mi interpretación- el Ministro de Defensa.
Aquí considero necesario hacer una acotación: resulta más que evidente que el Ministro de Defensa para poder satisfacer las exigencias de su cargo debe poseer una amplia experiencia política y al mismo tiempo gozar de la confianza “incondicional” del Presidente de la Nación (Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas). Precisa poseer capacidad para convencer e imponer criterios en los enfrentamientos políticos inevitables para obtener los recursos financieros necesarios, como así también la personalidad y autoridad para imponer su peso y pericia frente al alto mando militar. Debe estar identificado totalmente con las exigencias de la defensa para comprender las peculiaridades del terreno militar y la mentalidad que esa actividad específica les confiere a los militares, porque el soldado es por su status, por sus deberes y derechos, algo completamente distinto a un funcionario. Su deber de obediencia va mucho más allá que la de un funcionario. La desobediencia en el caso militar, puede significar una falta gravísima. También la jurisdicción del mando va más allá de las atribuciones de poder de los funcionarios. Una orden militar, siempre que sirva a fines del servicio, no atente contra la dignidad de las personas y/o no conduzca en su ejecución a cometer delitos o faltas, constituye una prescripción de comportamiento vinculante que exige obediencia como para que, llegado el caso, se deba arriesgar hasta la vida para su cumplimiento.
Por lo expuesto, debe inferirse que las críticas sobre los acontecimientos que hayan tenido lugar dentro de las Fuerzas Armadas, debieran dirigirse, desde siempre, contra el propio Ministerio de Defensa y/o los distintos integrantes de las Comisiones de Defensa de las respectivas cámaras legislativas del Congreso de la Nación y nunca, en forma directa contra los militares, porque lo que pasó o dejó de pasar, es responsabilidad primaria de la conducción política, de la cual el militar es un mero y leal ejecutor.
¿Algún referente de la clase política se ha hecho cargo de alguna responsabilidad en los sucesos del pasado (desde 1810 a la fecha)? ; ¿es que no han tenido y tienen todos y cada uno de ellos, junto al derecho de inspección, la obligación de debatir la política de defensa en sus respectivos niveles de conducción política?.
Mi experiencia al respecto me permite afirmar que el área de defensa fue considerada a partir del regreso a la democracia en 1983, como una cartera más que interesante para ejecutar proyectos con evidentes réditos políticos y/o económicos (abiertos o encubiertos) y en esto, a pesar de ocasionales opiniones en contrario, siempre hubo consentimiento en los legisladores integrantes de las comisiones de defensa, pese a provenir de distintos partidos políticos. Basta investigar los distintos proyectos parlamentarios presentados durante esos años (1983/1995).
En el orden interno, las Fuerzas Armadas debieron configurarse de manera que la irrenunciable estructura jerárquica y el sistema de mando y obediencia, se mantuvieran en relación equilibrada con los principios de libertad y dignidad del individuo.
Las nuevas FFAA fueron políticamente concebidas para adoptar una actitud estratégica defensiva, su ubicación política fue determinada por el orden constitucional y jurídico de la democracia, siendo ahora el servicio militar, un servicio voluntario.
La complejidad de las nuevas misiones y la necesidad de poder llevar a cabo tareas más numerosas y diferentes entre si, con recursos humanos y materiales limitados, ha hecho y hace necesarios profundos cambios organizativos.
La actividad que debe desarrollarse para evitar la guerra es dura y casi siempre pasa inadvertida. Prácticamente no hay en ella éxitos visibles, mensurables y/o espectaculares como no sea el éxito de mantener la paz. Es ESE servicio el que dignifica al soldado (ciudadano con uniforme) de nuestro tiempo y, solo puede soportar la tensión que produce ese servicio, si sabe que goza del amplio apoyo de sus conciudadanos. Si no encuentra ese apoyo, cae en el aislamiento y adquiere una interpretación incontrolable de su función, llevando una vida “independiente”, aislado de la sociedad de la cual se nutre.
En la Argentina moderna, la mayoría de las unidades poseen un grado de apresto mayor a cero en la escala de valores, pero no llega a ser perfecto, desde mi punto de vista, ni mucho menos, porque carentes de medios, las unidades no pueden desarrollar programas de entrenamiento efectivos y los mandos superiores tampoco pueden asignarles fondos, personal y otros recursos como para ayudar a lograr las deseadas capacidades, que no son otra cosa que la combinación de las condiciones del personal, el equipo y el entrenamiento, para poder emplear las armas en forma disuasiva o coercitiva si fuera menester para el cumplimiento de su misión.
A nivel Nacional es el poder político quién debe coordinar las tres expresiones del poder –militar, económico y psicológico- para aplicarlos para defender los más altos intereses del Estado. Solo decisiones responsables, puntuales y valientes del Poder Político, pueden mejorar esta realidad porque el “instrumento” militar solo puede ser eficaz si está organizado, equipado y adiestrado en todo momento para poder luchar y estar dispuesto a ello cuando lo ordene el Poder Ejecutivo Nacional.
Es cierto que la comprensión mutua va en aumento y que la casi tradicional desconfianza entre soldados y políticos está en franca disminución y/o comprensión. De hecho, durante mi gestión en el Parlamento (la misión impuesta por el J.E.M.G.E fue la de prestar una amplia colaboración desde el punto de vista militar a los legisladores del Congreso de la Nación , actividad esta a la que personalmente no solo creí útil sino, por lo que más adelante expresaré, fundamentalmente necesaria), numerosos diputados y senadores, de distintas extracciones políticas sin tener relación con la comisión de defensa, visitaron distintas unidades militares obteniendo una importante experiencia que les permitió opinar, ahora con más fundamento, en los grandes debates sobre la política militar.
En lo personal, debo sincerarme y expresar la desilusión que me provocó en aquellos años, tanto el casi nulo conocimiento científico–doctrinario sobre el tema específico de Defensa Nacional existente en la casi mayoría de los legisladores, que ponían en su actividad legislativa más “olfato político” que idoneidad, como el desinterés legislativo en el tema de defensa, olvidando muchos de ellos que por la boca negra y redonda del fusil que se vuelca bajo el certero ojo del tirador, hablan a un mismo tiempo el espíritu de los hacedores de nuestra patria, la esperanza de un pueblo y la gratitud segura de la mayoría de las progenies que vendrán.
Lo expresado en el párrafo anterior, debiera ser un elemento más que suficiente para incentivar al Estado a formar nuevas elites o “clase dirigente” con una mejor comprensión de los fenómenos históricos, políticos y sociales que les permita consensuar, partiendo de la teoría de la pronosticación, un Plan Estratégico Nacional de Defensa del cual emerja la MISIÓN de las FFAA, como así también su nueva estructura (si fuese necesario), porque muchas de las que están, como he dicho, no recibieron la información y mucho menos la especialización necesaria para ello.
Cuando un país carece de una clase dirigente calificada (vacío de poder), está condenado a ser históricamente inferior (y hasta ocupado) por los que si la tienen; por desgracia, en nuestro caso, la brecha cívico - militar más conflictiva es la que separa hoy a las Fuerzas Armadas de la Universidad.
Los permanentes y traumáticos cambios practicados casi sistemáticamente en la conducción de las Fuerzas Armadas por parte del poder político, teniendo en cuenta la experiencia histórica en las que como brazo armado supimos destruir una monarquía, fuimos republicanos, ora unitarios, ora federales, dictadores, represores y chivo expiatorio de cuanto mal padeció el país y, convencido de que cuando un astro sale de su órbita lo traspasa todo, me permití aconsejar al entonces Jefe del Estado Mayor General del Ejército para que mantuviera una cierta equidistancia política que garantizara la continuidad de la cúpula militar de las Fuerzas Armadas ante un supuesto cambio de gobierno.
No obstante reconocer que podía resultar muy útil hacer visible al público la concordancia de opinión entre la conducción política y la militar en las cuestiones fundamentales de la defensa, la historia política institucional argentina me hacía intuir que esa exposición, podría significar una nueva sangría en la cúpula militar. ¿ ME EQUIVOQUÉ?.
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Quiera el cielo que si alguna vez vuelve a sonar para nosotros la hora de la sangre y los clarines, sea cual fuere el sitio en que les toque desenvolver su energía e idoneidad a mis camaradas militares, robustezca en sus espíritus, por más que la clase política continúe sin asumir la responsabilidad que les ha correspondido en los hechos de la historia, la convicción de que tras las Fuerzas Armadas actuales, hay un precioso legado que es un deber saludar en el pasado, revivir en el presente y prolongar en el futuro, porque es justo afirmar que nuestra familiar diana de gloria jamás resonó sobre el dolor de nuestros vencidos sin encender al propio tiempo la bendición de los libertados.
HCR
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